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Lo que se vuelve cotidiano

Del malestar a la acción – Blog

Inaugurando su colaboración, Oliva Solis nos presenta una reflexión de lo que sin darnos cuenta se vuelve cotidiano

¿Qué derecho tengo yo a estar mirando las desgracias que ocurren a otro, o las felicidades, como si estuviera en el cine, como si me fuera ajena?

Oliva Solís Hernández (FCPyS-UAQ) 9/02/2022

Hace unos días, después de una larga jornada de trabajo, decidí irme a descansar. Hice unas palomitas y me serví un ponche caliente. Me puse mi pijama y me metí a la cama.

Prendí luego la televisión y comencé a ver las noticias del día. Miraba la tele, comía palomitas, bebía mi ponche y dejaba que pasara el tiempo, pero luego, una noticia me estremeció: el anuncio de la muerte de una niña que fue asesinada. Y me estremeció doblemente porque, mientras veía la noticia con los pormenores del caso, las dudas, las hipótesis, las imágenes ¡yo seguía comiendo palomitas!

Entonces, caí en la cuenta de la banalidad de mi condición. Primero me pregunté ¿qué derecho tenía yo a mirar lo que ocurre en el mundo desde la comodidad de mi cama?, ¿cómo podía estar tan tranquila mirando esas noticias que dan cuenta de la inhumanidad, la barbarie, la degradación individual y social como si estuviera en el cine?, ¿qué actitud debía tomar para ver no sólo las noticias sino el mundo?, ¿cómo debemos, desde nuestra cotidianidad, mirar lo que ocurre en nuestro derredor?

El malestar se apoderó de mí. Me sentí indigna. Dejé a un lado las palomitas y no pude seguir comiendo. Y luego pensé: ¿debiera mirar las noticias como si estuviera en el templo?, ¿qué actitud sería la correcta? Muchas veces prendemos la televisión para que nos sirva de ruido de fondo y no sintamos la soledad. Entonces, no nos importa lo que la televisión presenta.

Otras, estamos con un ojo al gato y otro al garabato. Medio oímos y medio atendemos pues hay que andar haciendo otras cosas. Otras más, dependiendo de los programas, ponemos toda nuestra atención a lo que ahí se presenta pues nos pueden hacer pensar o aprender, todo depende de cómo nos dispongamos.

A veces, la TV es una ventana a otros mundos que detonan nuestra imaginación, pero otras, la televisión se convierte en la puerta de entrada a la vida de los otros que también son las nuestras, de sus miserias y des grandezas. Entonces, como intrusos, miramos lo que acontece en el seno de la intimidad de los artistas, los políticos, los hombres y mujeres públicos, los pobres, los migrantes, los dolientes, pero, de nueva cuenta, ¿qué derecho tengo yo a mirar y hurgar en sus vidas privadas?, ¿cómo debo mirarlos? ¿desde la compasión, la indignación, la solidaridad, el reproche?

La sensación que me dejó esta experiencia no me ha pasado. Recurrentemente vuelve a mí esa pregunta: ¿qué derecho tengo yo a estar mirando las desgracias que ocurren a otro, o las felicidades, como si estuviera en el cine, como si me fuera ajena?, ¿qué actitud sería la correcta?

Nuestro ser en el mundo, nos han dicho, debería dirigirnos hacia la solidaridad, la conmiseración, la indignación cuando ocurren cosas como las que se están volviendo cotidianas en México, pero pareciera que, precisamente, por ser tan cotidianas, ya nos son indiferentes. Forman parte de una letanía de muertes, violencias, atropellos, indignidades a los que estamos sometidos todos los días que ya poco importan.

Entonces recordé la canción de Pablo Milanés “La vida no vale nada”:

La vida no vale nada si no es para perecer
Porque otros puedan tener lo que uno disfruta y ama
La vida no vale nada si yo me quedo sentado
Después que he visto y soñado que en todas partes me llaman
La vida no vale nada cuando otros se están matando
Y yo sigo aquí cantando, cual si no pasara nada
La vida no vale nada si escucho un grito mortal
Y no es capaz de tocar mi corazón que se apaga.

Pablo Milanés

Y frente a la persistencia de las preguntas, una manera de responder, es invitar a la reflexión. ¿Cómo debiéramos mirar lo que ocurre en nuestro derredor? ¿cómo debemos posicionarnos? Habrá que pasar del confort de nuestra cama a la acción, escribir, es parte de esta movilización.

Oliva Solís Hernández

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