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Todo inicia con una semilla

De bendiciones y cosechas -Blog

Remembranzas de mi pueblo

19/07/2022

Había en mi infancia la bendición de los niños, donde, al menos a mi, me ponían de estreno lo que me trajeron los reyes, bueno, cuando algo habían traído. Nos ponía el padre Eusebio Sánchez el rocío de agua bendita ese dos de febrero y se llevaba a bendecir también la semilla.

La otra bendición era la de los animales, por el día de San Antonio en el mes de enero y se hacía allá por los terrenos de la Laguna, pasando la escuela de las madres, en el plan de tío Fausto Martínez. Todos adornaban a sus animales y acudían con ellos a recibir la gota de agua bendita; al gato, al perro, seguramente el puerco y no se diga, burros, reses o caballos. A las gallinas les ponían sus moños y de ahí la frase casi insulto de cuando veíamos una niña con grandes moños en la cabeza o grandes trenzas, le decíamos «pareces gallina de bendición».

El día 15 de mayo dedicado a San Isidro Labrador, se hacía una procesión con el santo en “andas” y se le sacaba del templo para que viera lo secos que estaban los campos. Ahí siento una contradicción al dicho de “San Isidro labrador quita el agua y pon el sol”, si lo que en el pueblo pedíamos era agua, ya que la época de estiaje era prolongada.

En algunas comunidades, como la de Los Pozos, me tocó ver que adornaban las yuntas de bueyes y salían a dar un paseo por la población, tengo entendido que en El Apartadero, hacen incluso el festejo mayor.

Nunca uncí, pero lo vi hacer y seguramente omitiré por desconocimiento pero más por olvido, el nombre de algunas partes fundamentales para el buen funcionamiento de una yunta, contando desde luego en primer lugar con dos buenos bueyes.

La yunta de bueyes por lo general son animales mansos -y a veces también viejos-, ya domesticados para el trabajo, se uncen con el yugo que yo siempre lo conocí de madera y los aperos que son una especie de cuerda larga, pero están hechos de baqueta, cuero de res. Se les unta cebo de res para poder hacerlos suaves y maniobrar con ellos. A la mitad del yugo está el orificio de donde se cuelga el barzón, que es un aro trenzado de tripa cruda y de ahí colgará el timón.

El conductor, el hombre que trabaja la yunta, recibe el nombre para el oficio de «gañán» y se apoya para su tarea de la garrocha que en un extremo trae el «gorgus», metal puntiagudo y afilado que sirve para arrear al animal perezoso en el trabajo.

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(foto: Especial)

Por si acaso y solo para recordarlo, nuestra madre cuántas veces no exclamó cuando nos mandaba o encomendaba cierta tarea “sólo lo haces cuando ves que traigo el gorgus en la mano».

El gañán es un oficio propio de las labores de campo y nada tiene que ver con el vocablo despectivo que usamos ahora. Decía aquel viejo poema de labriegos que recitaba mi tío José Torres Vega “Guadalupe La Chinaca, la mujer de Pantaleón, el Gañán más atrevido de La Hacienda de la Flor…»

La jornada se inicia con el barbecho, que no es otra cosa que abrir la tierra con la reja, al tiempo, en una segunda tarea, también con la yunta se pasaba el trozo, esto es un gran tronco rollizo con una barra metálica a manera de eje, se rodaba sobre el barbecho buscando moler los terremotes, esas bolas de tierra para buscar volverlas casi arena. Otra forma de demoler los terremotes -y esa si la hice- era utilizando un zapapico o con un mazo.

Después se hace la llamada cruza y queda todo listo para hacer los surcos adicionando al arado las orejeras para así dar forma y dejar la tierra preparada para recibir la semilla. La época de siembra en San Joaquín es por marzo. Hay una pala especial para esta tarea la «pala de sembrar», se ponían tres granos de maíz previamente seleccionados y bendecidos de la cosecha anterior y se agregaban alguna semilla de calabaza o incluso de frijol enredador. Dependiendo de la humedad, había que hacer la escarda cuando el maíz tiene como 30 a 50 centímetros de altura, también con la yunta, esto podría ser mayo-junio; en la época de lluvia, había que desquelitar y después sacar la espiga, todo ello servía para dar de comer a nuestros animales, y en agosto deleitarnos con elotes, santa palabra, asados, cocidos, después los esquites.

También en agosto hay una flor silvestre, los gallitos, qué pastor no cortó estas flores y jugó gallitos con los vecinos, amigos o colegas del pastoreo. Es una flor de cabeza chica y el tallo curvo, de tal manera que se puede entrelazar la cabeza poniendo uno frente al otro, tal cual, pelea de gallos.

Al final de la época de la cosecha -mi preferida-, ves el resultado de tu trabajo y esfuerzo; en tiempo de Todos Santos y con maíz fresco, las mamás hacían las mamanshas, bien acompañadas con café negro de olla.

Me encantaba la cosecha. Con el pishcador rompes las hojas, traes tu guangoche y vas colocando ahí las mazorcas, una por una. Vas vaciando a los costales de yute para que una vez llenos de mazorcas, procedieras a sacarlos a la orilla, ya bien para cargar los burros o en últimas fechas en camioneta y si no, te tocaba cargar con mecapal el costal hasta la casa.

No olvides el maíz que es tu raíz. Enseñemos a las nuevas generaciones que el maíz no es sólo ir a la tortillería. Había que hacer el nixtamal, que no es otra cosa que cocer el maíz en grano ya seco, agregar una cucharada de cal y ya frío, lavarlo para llevarlo al molino. Había que alumbrarnos con lámpara de carburo o una vela para ir a lavar el nixtamal o utilizar un aparato de petróleo comprado en la tienda de Don Luis Camacho.

Había dos molinos: el de mi tío Manuel Torres y en el otro lado del pueblo en la casa de mi tío Amando, funcionaba el molino operado por mi tío Ricardo Ledesma; los dos funcionaban de madrugada, haciendo la fila correspondiente y motivo más de alguna vez, de pleito entre las señoras cuando alguna pretendía brincarse su lugar, llegando a los puños, trompadas o jalones de greñas, como escuché decir.

A veces ayudabas en el acarreo a tu madre a llevar las cubetas con el nixtamal y otras te tocaba ir solo, pidiendo en ese caso, apoyo de alguna alma caritativa que te sacara la masa.

El metate, con su mano y el gran comal tapa de tambo o bien de barro, era indispensable en toda cocina con fogón de leña que prendía con un pedacito de ocote. Mi madre en algún tiempo lavó y molió ajeno y para la hora de la escuela, tanto mi hermana Lupita como yo, bajábamos con sendas canastas de tortillas recién hechas para hacer el entrego correspondiente.

Con el maíz también se apoyaba en la alimentación a gallinas y puercos. Los pueblerinos conocemos lo que se produce cuando el gallo pisa a la gallina, huevos orgánicos les llaman hoy, libres de hormonas.

La indescriptible sensación de recoger un huevo aún tibio del nido en el gallinero, de darle de comer al marrano del chiquero que después saborearía en unos chicharrones de puerco, eran tareas que gozaba.

Dar de comer y pastorear a los borregos, aún a sabiendas del manjar en la que se convertirán, de hacer una barbacoa de hoyo adornada con sus pencas de maguey. Cómo negarse a unos sabrosos tacos de barbacoa con una salsa molida con el tejolote en el molcajete, con chiles cascabelillos verdes crudos o medio toreados con tomatillo de la milpa o bien con un jitomate comprado con “Los Chulos ”. Esos sabores que cada verano reviven en mi corazón serrano.

Los saludo con aprecio.

Rogelio Ledesma Torres

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