Voces del Tepetate
05/12/2022
Conmueve la precisión con que “José, carpintero”, rememora y trasmite la figura paterna, desde su alfa y omega: Valentín F. Frías In memoriam (2 Nov. 1862 – 25 Oct. 1926), a la dolorosa materna; la engendradora matriz de la dinastía, en duelo por el tránsito del patriarca:
“Mamá, ya somos huérfanos, tu vida
como la nuestra es sólo su recuerdo.
¿Qué haremos sin su lámpara, encendida
para la tempestad en que me pierdo?”
Una vez enterrado, el padre es germen, una semilla, un grano prodigioso; sembrado el sembrador, bajo una lluvia de lágrimas en rosario:
“Ya está tendido sobre el campo santo,
agricultor humilde de las mieses,
campesino llovido por el llanto
desolado y tenaz de nuestras preces.”
Afirmaba el galeno Camacho Montiel: ¿Hay algo, alguien más mortal que el rayo? Sí: La raya. Porque del rayo, con suerte, lo libramos; pero de la raya, nadie…
Así, al parecer, murió don Valentín, a los 64 de edad, de un derrame cerebral y de un ataque cordial, casi al mismo tiempo:
“Murió hasta que la llama de la aurora
crismó los sobresaltos de su frente,
y el impasible dardo de la hora
se hundió en su corazón traidoramente.”
¿Será posible que la integridad de un ser humano, trabajador ingenioso, de corazón valiente se trasmita a los elementos que le hacen permanecer sobre la vida? ¿Existirá lo que los viejos llamaban “una buena sombra” que fecunde la existencia de sus pobladores, cornucopia de las cosechas y partos ganaderos?
El Génesis narra del joven patriarca que multiplicaba, aún en sueños, las ovejas del padre de Lía y Raquel, su suegro…:
“Era en el campo para los labriegos
la lluvia, el dócil viento, la constante
fecundidad nacida de los riegos;
y el guión de los que iban adelante
cuando en las tardes de las procesiones
imán de las mercedes de los cielos
él dirigía las deprecaciones
haciendo canto llano sus anhelos.”
Valentín F. Frías tomó la dócil pluma de los antiguos pobladores, y a medida que bebe del pozo, rescata lo que empasta en sus páginas el olvido; así dio inicio a la interminable historia de la ciudad, recién sitiada…
Y, bienhechor generoso, parte de los trabajos y los días de sus contemporáneos:
“Se iluminaba su vigilia oscura
en la ciudad, lo mismo que en la aldea,
mientras iba trazando su escritura
de los antiguos años la odisea”.
Las sombras varoniles que madrugaban por las calles desiertas, al ingresar al templo, iluminaban contra los posibles agravios de la luz naciente – a la tercera llamada:
“Y contra vientos de la madrugada
su timón más seguro era la misa,
puesto que ya su alma comulgada,
en el peor trabajo era sonrisa.”
En todo tiempo y lugar, como en toda familia, hay veces que bebe el pato y otras que nada: ¡y nada…!
La viga madre es la mujer fuerte, que en pacífica aureola, sostén es de la casa, en las adversidades:
“¡Que nos digan la mesa en que comimos
la franciscana paz de tus arterias,
madre, cuando más amargos racimos
les daban su agrio jugo de miserias!”
De los hombres escriben (y, tal vez narran, y modifican en su declinación) los astros, al compás del paterno vate; en otros, el fruto de su ingenio; en raros ejemplares, las galaxias:
“Y que nos cuenten sus expediciones
y su hambre y frío, en aquel rancho
de oscuro nombre, las constelaciones…
Fue vencido Quijote al fin por Sancho.”
Polvo caduco, efímero y doliente; no nada más: “enamorado”, también pensante y entre más razonable, más doliente:
“Pulvis es, pulvis es… estoy de acuerdo:
el Señor nos rechaza o nos convida…
Si somos polvo ¿para qué la herida
que al no cristiano enconará el recuerdo?
(La ley es dura pero es ley
réquiem aeternam dona ei…)”
Como en todo misterio de la vida, en el viaje por el universo del poema, el fin se encuentra con el principio, la luz con la luz se besa:
“Mamá, ya somos huérfanos; tu vida
como la nuestra es sólo su recuerdo.”
Poema dedicado en intimidad filial a su señora madre, y al exterior público lector, a: José Elguero; probablemente lo comenzó escribir en su ciudad natal y retoma, en la capital, cuatro años después de la muerte y sepelio del gran cronista que era su padre, don Valentín F. Frías: “Santiago de Querétaro y México, MCMXXX.”
Paradoja existencial.
La historia del hombre, está llena de contradicciones. También, en alto grado, la del poeta. Nadie debe llamarse a escándalo al constatar la serie de dudosos errores que envician –si no es que embellecen la obra de un poeta, como el vate Frías. En efecto, no puede el lector dejar de estremecerse ante hallazgos, que para encontrarlos hay que viajar, como una sonda en el espacio exterior, por continentes y mares, aún desconocidos del alma humana:
espíritu, corazón y mente.
Imanes invisibles de mi estrella
diéronme el espolón del abordaje,
y con Santiago descubrí la huella
del estelar, eterno, azul viaje.
Creador inspirado, el vate es tan cristiano como idólatra, hereje, renegado, apóstata, franciscano profeso, anacoreta de íntimo contacto con la divinidad. Sobre todo, gracias a su genio creador:
Me dieron por síntesis la norma
de eternizar lo breve del instante
en la fugaz presencia de la forma
que plasmará la lumbre del diamante.
Por Florentino Chávez Trejo
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