Todos vamos para allá… -Blog -

Desde el momento en que nacemos, decía Heidegger, ya somos demasiado viejos para morir

Oliva Solís (FCPyS-UAQ) 19/02/2022

Morir, es la única certeza que tenemos los vivos, pero no sabemos ni cómo ni cuándo lo haremos. Para algunos, eso es motivo de angustia. Para otros, es parte de la trama y no les ocupa demasiado. Si se es joven, se le ve como algo lejano. Si se es viejo, es compañera permanente. Pero hay momentos en la vida en que su presencia es más incisiva. Las guerras nos muestran, históricamente, que las vidas humanas se piensan en términos de efectivos.

Los medios nos indican que los muertos son noticia, algunas veces de titulares y otras de nota roja. Las pandemias nos recuerdan que, pese a los adelantos de la ciencia, las muertes pueden ir más allá de nuestro conocimiento y pretensión.

Sin embargo, pese a todo ello, la muerte es vivida de maneras tan variadas como quienes la padecen. No el muerto en sí mismo, sino los que estamos alrededor del difunto. Aquél, ha dejado de padecer, esa es su recompensa. Los otros, los vivos, no necesariamente.

Ahora, en el contexto de la pandemia, todos los días, en las noticias, en las conversaciones, en la cotidianidad, vemos la presencia de la muerte. Nos hemos vacunado, enclaustrado, sanitizado, tratando de escapar a aquello que nos pueda conducir a la tumba, pero no todos lo logran, la muerte nos acecha de múltiples formas.

Mi casa está cerca del cementerio. Todos los días, a diversas horas, veo y escucho a aquellos que traen a sus muertos a la tierra consagrada. Y desde la comodidad de mi casa, les observo. Llegan a pie, en procesiones de autos, con flores, algunos con cubre bocas, otros no. Algunas personas lloran en sollozos, otras, con grandes estertores.

Los varones hacen esfuerzos por controlarse porque, como dice la canción, los hombres no lloran. Otros más, solo miran. Acompañan. Se preguntan ¿de qué habrá muerto?, ¿sería covid? Luego, dicen frases como “así es la vida”, “nadie tiene la vida comprada”, “nadie sabe cuándo ni cómo nos va a tocar”, “quién lo iba a pensar”, “tan bien que se veía”, “cuando te toca, te toca”.

Otros, diligentemente, se afanan en servir. Los infantes, miran sin saber muy bien de qué se trata. Se preguntan por qué algunos lloran mientras otros ríen o permanecen indiferentes. Más lejos, algunos platican, se enteran de sus vidas, cuentan chistes, alejan la tristeza.

Y yo, desde mi casa, sigo mirando y escuchando. Ya llegó el mariachi. Comienzan a tocar El Rey. Luego vienen otras canciones de las que se tocan en la iglesia: “Entre tus manos, está mi vida señor…”. Otras veces viene una banda y entonces pareciera más una fiesta. Seguro que eso era lo que le gustaba al muerto. Después de una hora, se hace el silencio. Acomodan las flores y comienzan a retirarse los deudos.

¿Quién era el muerto o la muerta? No lo sé. Desde acá no distingo. Solo sé que la muerte está muy activa, que el cementerio ya se está quedando chico, que los de las comunidades vecinas ya necesitan sus propios cementerios para no venir hasta acá, porque además les cuesta, que hay que preservar el patrimonio fúnebre presente en los cementerios locales y que datan de siglos pasados.

Ya se van los carros que acompañaron el cortejo. Muchos seguramente se endeudaron para darle al difunto cristiana sepultura. Morirse sale muy caro.

Ya se quedan solos de nuevo los muertos en sus tumbas, igualados, finalmente, en la muerte. Ricos y pobres, mujeres y varones, viejos e infantes, todos vamos para allá. Los que se van, lo hacen sufriendo, ¿y los que se quedan? Y recuerdo a Mecano:

Y los muertos aquí lo pasamos muy bien
Entre flores de colores
Y los viernes y tal
Si en la fosa no hay plan
Nos vestimos y salimos
Para dar una vuelta
Sin pasar de la puerta eso sí
Que los muertos aquí
Es donde tienen que estar
Y el cielo por mí
Se puede esperar
Mecano

Oliva Solís Hernández