Remembranzas de mi pueblo
19/08/2022
En el mineral de San Joaquín, al acercarse el mes de agosto, la emoción te embargaba.
Veías en las puertas de las tienditas los carteles con aquellos coloridos colores y engalanados con el rostro de alguna bella mujer, vestida de china poblaba y peinada de trenza que adornaba con enorme moño rojo.
Al fondo de la imagen, unos gallos de pelea, seguramente tomados de algún paisaje de los Cerillos Clásicos, o carreras de caballos parejera con los jinetes a pelo y un paliacate amarrando el cabello.
Nos hacíamos entre los más chavos, el clásico comentario de curiosos, “¿quien va a venir”, esto, refiriéndonos al elenco artístico.
La otra pregunta que no faltaba, «qué vas a estrenar». Ya fuera huaraches verdes, un sombrero o pantalón de mezclilla para ellos, o bien, vestido, chal o rebozo para ellas, pero era tradicional que de acuerdo a las posibilidades económicas de cada familia, sus miembros estrenarían alguna prenda de vestir, sobre todo en día «del llano», cómo llamábamos coloquialmente a nuestro campo alegre de toda la vida.
Ya llegada la fecha, aquel camioncito de sonido de la compañía refresquera, recorría las calles del pueblo, anunciando el programa religioso, con misa concelebrada y confirmaciones; programas deportivos, casi siempre de basquetbol, que se hacían en aquel incipiente auditorio con cuadrangulares entre equipos locales y visitantes de pueblos cercanos, como Cadereyta o Peñamiller.
Recuerdo cuántas y cuántas veces nos tocó recibir el aguacero en plena comida de campo alegre, esos domingos con los que se daba fin a la fiesta. Aquellas épocas de carreras parejeras, con caballos del lugar, presentaciones musicales como aquellas a quien yo decía que eran mis hermanas, mis hermanas Núñez.
Fiestas de agosto en San Joaquín
De acuerdo a las crónicas, estas tradiciones tienen más de cien años y dicen los que saben, que inició con una familia que acudió a «monte alegre» a comerse un pollo para celebrar que su hijo se había curado de alguna enfermedad.
Ahora, nuevamente nos congregamos este agosto a seguir la tradición. Ya no es una familia, somos muchas; y ya no es un pollo, son algunos cientos de borregos los que se sacrifican y entierran envueltos en pencas para degustar la tierna y jugosa barbacoa.
Las señoras mayores seguirán planchando sus blancos manteles de deshilado, o bordados de vivos colores en punto de cruz o bien de listón o punto relleno para lucirlos ese día y «poner la mesa» sobre la paja de pino.
Seguiremos comiendo sentados en el suelo y sobre la hierba, como siempre lo hemos hecho.
Una tradición que nos toca cuidar y preservar, que nos obliga a heredar a la siguiente generación, que nos permite seguir compartiendo como la gran familia que somos y seremos, de y por San Joaquín.
Es para todos mis paisanos estas fiestas de agosto, el momento que buscamos para reencontrar a los amigos y parientes a quienes solamente saludamos una vez cada año. Una cita a la que procuramos no faltar.
Les saludo con aprecio y agradecimiento,
J. Rogelio Ledesma Torres
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