…traza un círculo en el aire «…después de haberle hecho a muchas cosas, vine a parar en lo mismo».
Voces del Tepetate 24/02/2022
Temprano era el silencio entre las sombras previas al alba, a no ser por el despertar de los pájaros y los perros callejeros; una vez abiertos los candados y las armellas, enrollada la cortina metálica y encendidas las luces, la veladora de la Divina Providencia y de San Martin Caballero, introducir la cabeza en el mandil, amarrar cintas y descolgar las canales de la cámara frigorífica, poner la carne en la mesa de granito, lavar el mostrador, y en orden de batalla, disponer los instrumentos del oficio: la segueta y el serrucho de dientes filudos, aptos para cortar agujas, canillas y tuétanos; con un popote de escoba y un pedazo de periódico en la mano, espulgar de moscas engrasadas la mantequera; barrer y trapear el interior y en la entrada del local; afianzar con una pija el mango de las hachas poderosas; afilar en la piedra del mollejón y con la chaira el machete, el cuchillo, el filetero; para aplanar las filetes, las chuletas y bisteces de restaurantes y fondas, limpiar planchas, aplanadores y lozas; rechinar el espejo con papel periódico, estropajo y jabón, azogado de pecas de mosca.
En fin, ordenar en la caja las pesas doradas de la balanza -el cabezón cilindro de los cinco kilos, la pesa de dos, la de uno, la de medio kilo, la de doscientos cincuenta gramos, un cuarto; la de cien gramos, y las que menos cuentan pero hacen la diferencia, las mirruñas de veinticinco y diez gramos; guardianes del peso exacto, al pie de los platillos dorados.
Al ronco Tirado, por las corridas de navidad, desangró un toro de Miura, en los corrales de la plaza Colón… Oriundo del alto cedro en el verde-oscuro pinal, tenía una cabaña repleta de cabezas de ciervos y venados astados; cueros, pieles, zaleas; carne fresca y salada. Cecina, para los turistas, su clientela.
En el suelo, entre los marchantes y compradores del mercado gotea un rastro de sangre: transportando sobre el hombro un costillar o una pierna de res, se abren paso los estibadores del rastro municipal, con el callo de sus pies y brazos, a cada una de las carnicerías.
Fuerte, y serio, de rostro honrado, el señor de los jugos y de la barbacoa, abre sus labios: «Yo era pastor desde pequeño en el campo, traía pastoreando mis ovejas».
Con el índice sesgado, traza un círculo en el aire. «Después de haberle hecho a muchas cosas, vine a parar en lo mismo».
Cuando venía a la ciudad, mi padre me encargaba cajas de parque: calibre 22 para el venado.
De municiones, un calibre 16 para las palomas y 23 para los conejos… En cierta ocasión – pero ese día estaba muy lejos- apenas si distinguían entre los pinos de niebla, la mancha gris del venado. Me dije «no pierdo nada, si acaso sólo la bala». Y sin mira telescópica, a puro pulso dejé ir el tiro. Fui a buscar en el lugar que le había visto. Encontré el rastro de sangre. Seguí y más adelante resollaba en cuajarones, tirado en tierra, el señor de los huicholes. Ahí mismo, entre la cornamenta, le rematé de inmediato.
Aparte de la distancia, se impone tomar en cuenta la dirección y fuerza del aire. Por dónde sopla -con un puño de tierra derramándola como un reloj de arena, se sabe hacia dónde va el viento, por dónde pega.
Una vez muerto, llegó la hembra y empezó a olfatear al compañero caído… Ese día maté los dos.
Segmento de «Un círculo en el aire» del poeta Florentino Chávez Flores
Para leer la segunda y conclusión de «un círculo en el aire» accesa aquí
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