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La vida cotidiana

Un mundo que no para -Blog

El rincón de la reflexión

28/03/2022

Son las cinco de la mañana, amanece en Colón. Como cada día, hay que levantarse rápidamente para prepararse a salir. El baño tiene que ser veloz. El alimento mañanero, ligero. La noche anterior se quedó todo preparado para tomar las cosas y salir. Hay que esperar el camión y, mientras eso pasa, compramos un jugo en el puesto de licuados que se ha instalado en la esquina de la calle. Apenas están llegando las mujeres con sus anafres y ollas de tamales. Los atoles los traen en grandes termos: guayaba, arroz con leche, chocolate y, por supuesto, el champurrado, son los líquidos calientes que ayudan a mitigar el frío.

Junto a mí, envueltas en sus cobijas, hay algunas jóvenes que están también esperando el camión para ir a trabajar a los diversos parques industriales que hay en la zona. Muchos camiones de transporte de personal entran y salen al pueblo y a las comunidades vecinas a recoger a trabajadores y trabajadoras que laboran en los invernaderos o en las maquiladoras. Ellos son los principales clientes mañaneros de vendedores de gelatinas, yogures, jugos, licuados, tamales, atoles, café, tortas y sándwiches que han puesto en paquetes para que se los puedan llevar.

Algunas mamás acompañan a sus críos a la parada del camión. Unos van a la secundaria, otros a la prepa y los menos a la universidad. Vienen con sus uniformes, lo cual nos permite distinguir a qué escuela van. Traen cargando sus mochilas, grandes y pesadas, pero lo que más les importa es su celular. Sus rostros se iluminan en la oscuridad por el brillo de las pantallas. Nunca es demasiado temprano para enterarse de lo que postea medio mundo sobre sus vidas cotidianas.

Los camiones repartidores y de carga forman parte de la nutrida concurrencia en la carretera. Ya viene el del agua o el de la coca. Más allá vienen los repartidores de pan, tanto industrial como artesanal. También hacen su aparición los que distribuyen productos lácteos y los que se estacionan para vender naranjas, mandarinas, elotes, a precios más módicos que los que venden en los supermercados. Los camiones que transportan animales no faltan: pollos que salen de las granjas para ir al matadero; toros flacos que traen del sur para engordar; toros gordos que llevan a matar; puercos gordos que tienen el mismo destino. ¿Cuántos animales hay que sacrificar para dar de comer a una humanidad que no deja de multiplicarse?

El camino en este mundo

Por el trayecto, en sentido contrario, vienen también camiones de pasajeros, autos y camionetas cargadas de verduras, frutas, chicharrón, papel de baño, piñatas, latería, cosas que venden en sus tienditas y que compran por mayoreo en el mercado de abastos. Como han salido muy temprano, no han desayunado. Se paran entonces en los puestos de tacos de guisos que están a las orillas de la carretera. Ahí, se bajan, toman un café, unos tacos o quesadillas y retornan al vehículo para seguir su camino.

Y mientras avanzamos al ritmo acompasado del camión, que ha hecho que muchos se duerman, aprovechando el tiempo que puedan, veo por mi ventana cómo las luces del alba comienzan a aparecer. Entonces distingo con mayor nitidez los rostros de quienes comparten conmigo la aventura mañanera de ir al trabajo, la escuela, el mercado, al doctor. Muchos se ven febriles, con prisa. Otros, más calmos. Los menos, van al ritmo que les marca la vida. ¿Qué pensarán? Solo la olla sabe el hervor que trae por dentro.

El día pasa muy rápido. Entre una cosa y otra, ya se hizo tarde. Vamos como el conejo de Alicia, siempre tarde, tratando de aprovechar lo más que se puede para hacer cosas: hay que pasar a recoger un encargo, sacar un documento, entregarlo en otro lugar, comprar algunas cosas y volver.

El retorno es más de lo mismo. Filas inmensas de autos, camiones de todo tipo y tamaño, motocicletas y tráileres que atestan las calles y las carreteras. Mientras, los vendedores ambulantes hacen su negocio: aguas frías, refrescos, fruta picada, plátanos fritos, coco picado con chile, todo, a pie de ventanilla, justo para refrescarse del calor que no amaina y hacer que el tiempo que pasa no se sienta con tanta masticada. Desesperación. ¿Cuándo disminuirán estos autos que pueblan los caminos?

La luz del día se acaba. Hay que regresar a casa. El tiempo pasa volando. Hay que hacer la comida para dejarla ya hecha para el día siguiente. Ver si la ropa se secó. Quitarla y doblarla. Planchar, no hay tiempo. Regar un poco las plantas que, con tanto sol, están marchitas. Ver un poco la televisión. Noticias, no quiero saber ya de ellas. La guerra, la inseguridad, los muertos, las mentiras, todo es el pan nuestro de cada día. Para eso, mejor veo una serie, en pausas, porque el sueño ya me venció. ¿Qué hora es? Va. Creo que ya sonó el despertador.

Oliva Solís Hernández (FCPyS-UAQ)

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