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Un recuerdo del comercio en México

Plazuela con pastoras -Blog

Voces del Tepetate

26/01/2023

Recién surgidas de los riñones de la tierra,
madrugaban con su recua de asnos,
pollinos y burros bajo las estrellas,
a fin de agarrar buen lugar
en la plazuela del empedrado.

Viejas, maduras, jovencitas,
desenvueltas, risueñas, elocuentes tratantes;
otras recién novicias, con el rebozo
entre dientes, tímidas torcacitas, servían
de mozas y alumnas de la trata con la señora,
la doña, la señito; más tarde se hacía
el aparecido, bailando su airoso cuaco el
charro, el patrón con sus guaruras – hasta
el moco le quedaba bien al wero,
albureando medio mundo, a su paso.

Ahí las mocitas terrosas, tilicas y descalcitas;
allá, las de viejo abolengo indígena,
campesinas monumentales vendían hasta
pajaritos, recién desplumados del frío:
anidaban bajo la blusa en sus senos; otras,
hasta cachorros de xoloizcluintles y
chihuahueños, conejos aún gazapos bajo la
blusa florida. Los botones de los vuelos
aurorales, abrían las alas cantoras.

Pastoras con morral, guaje y honda en
la vegetación raquítica, trenzas de borrega
negra, labios color garambullo, alegres
incrédulas, en plena calle de la plazuela:
con tunas anaranjadas, rojas, verdes, tunas
de tasajo de frescos colores, ofertan los
frutos del nopal en cazuelas -una espina
de penca de garambullo pincha, como
tenedor. Procuran desde tan lejos,
el sustento de la casa.

A medida que clarea y avanza el día,
antes que se haga tarde para regresar al
pueblo, despachaban las autóctonas marchantas,
las madonas verduleras, en huacales embrocados boca abajo,
cubiertos de hojas de periódico; la pila de cacahuates
en los yutes, apiladas las limas y
los limones dispersos, los granjenos, capulines
y pingüicas en el guangoche; en pila los
tejocotes, velludos y sonrosados los duraznos,
cerezas, ciruelas y chabacanos,
comestibles, salvo el hueso;
en salsa molcajeteada los chiles serranos,
coloridos piquines en tacos de barbacoa y
montalayo, tortillas hechas a mano, calientitas,
envueltas en servilletas en el tazcal; las
quesadillas; -tostadas crujientes con
nopalitos picados con jitomate, cebollas y
cilantro y pa’ desatorar tepache, pulque,
aguardiente; tamales y atole en cerámica
vidriada, cazuela y jarro en las bancas.
Recién cortados, de la huerta a su mesa, los
verdinegros aguacates – frutos nutrientes
de la tierra. Testiculares. Nochebuenas,
higos. Con todo y cola, las cebollas
plañideras y calabacitas tiernas, doradas flores
de calabaza, verdolagas, epazote,
coconoxtles, carnosos enmielados camotes,
güamiches, chilitos colorados de biznaga,
pasas y garambullos sobre hojas velludas
de higuerilla, lingotes en rebanadas de
piña sobre marqueta de hielo.

Las floreras, prisioneras entre pétalos y
espinas, preparan, tijera en mano,
las estrellas y herraduras de las bodas,
los ramos del nacimiento, aniversarios, santos,
cumpleaños, las coronas fúnebres del día.

Entre las sombras del alba y los perros
callejeros, aparecen los limosneros, se
arriman a recoger un mendrugo,
un retazo, una tortilla, una fruta pachicha.
Una moneda: ¡Por el amor de Dios, señitooo…!

Más tarde, entre filas de sonrisas y saludos
a la romana, se presentan en horas pico
los próceres de la revolución -con su traje
bien cortado, revólver al cinto. También
armado de su cordón de tres nudos,
el guardián franciscano; y en negro, el señor
cura, entre una nube de perfumadas
voluntarias, postulantes del Oasis del Niño,
del Hospicio con sus pequeños pelones,
profesoras de escuela, monjas caritativas
del Sagrado Corazón y del Asilo de
Ancianos, receptoras tradicionales con sus
amplias canastas limosneras.

Entre los vendedores de loza,
los fervientes rezanderos pregonaban himnos
y oraciones de toda clase -la Magnifica,
La Medalla Milagrosa, Ánimas del
Purgatorio, el Justo Juez, el Ángel Custodio.
Al que Jesús puso piedra:
En la mansión de la tierra,
en cualquier trance o peligro,
de persecución o guerra,
líbrame, Pedro divino.
Tú seas mi custodio y guía
por donde quiera que salga,
en la noche o en el día,
siempre tu sombra me valga.

Rancheaban, en apostolado espontáneo,
los fines de semana de tianguis en
tianguis.

Como seres de otro mundo,
emperifolladas las mujeres de la zona,
como recién salidas del baño turco y del masaje
de placer, provocan la admiración y
el escándalo, curvilíneas artistas de irresistible
espalda desnuda.

Por aquí huele a pescado… Conste que hoy me bañé…
La danza adolescente de la cortina, hace
derramar la copa dionisiaca, el cuerno del
hidromiel, el néctar y la ambrosía.
El escuadrón de libélulas en curso,
anima cuanto copia el río.
Ahora arrastra la tormenta nocturna,
en olas negras de fertilidad creciente, los
puestos de la central de abastos.
Flotan en la lluvia torrencial
costales y huacales con papas;
mangos, papayas, cilantro y cebollas.

Florentino Chávez Trejo
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