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La iluminación del Árbol de la Amistad en al Jardín Corregidora fue durante muchos años un gran atractivo en temporada.

Aquel diciembre, en Querétaro

Cuento de Navidad

Relato de Sara María Arana Figueroa | 04122025

Recordar algunos diciembres me resulta como un viaje al país de la infancia. Ese año no fuimos a León ni a Tzacapu. Ambos destinos quedaron como referentes en mi memoria por el frío y las luces multicolores de los hogares a los que acudíamos: la casa de mi padrinos de Bautismo en León y aquel pueblecito michoacano, entre la risa inconfundible de mi madre y merendar corundas, chapatas y huchepos recién hechecitos, para luego salir en  hombros de mi primo Javier “El Prieto”, a pasear. Aquel diciembre estuvimos en Querétaro. Mi padre, emocionado, anuncia que ya viene “La Cabalgata”. Mi madre, diligente y generosa reparte ponches y aguinaldos enormes llenos de fruta y dulces. Fijo la vista en la calle de Madero y mi impaciencia, a punto de llegar a su límite deja paso a la sorpresa. Un lejano silbidito —que todavía hoy me cierra la garganta— se hace cada vez más perceptible hasta convertirse en una musiquita completamente desconocida. Frente a nosotros, enormes figuras que solo puedo ver ¡hacia arriba!, giran veloces al compás de un tamborcito.

“¡Son las mojigangas!” —me ilustran mis padres- .

Pero mi atención se desborda cuando se acercan hacia mí y veo que de un pequeño hueco en el gigantesco cartón salen unas manos pequeñas y morenas para pedir centavitos, mientras unos ojitos obscuros, casi tan temerosos como yo, se encuentran con los míos.

La gente grita: “¡Ahí está “Cantinflas” y “El catrín”!

Distingo entonces a “Capulina”, al “Ratón Vaquero” y a un charro, pero ¡ay! ¡No sé quién es! Cuando trato de guardar esas imágenes, reconozco el ruido de un tractor,  que se mezcla con la banda de músicos. El carro de “La Posada” se detiene tan cerca de nosotros que casi puedo tocarlo. Un sinfín de niñas, vestidas de túnica blanca y un velo azul cielo,  se levantan de sus banquitos y cantan. 

No puedo creer lo que veo ¡Pero, si es Carmela! ¡La hija de Antonia, la señora que trabaja con mi mamá y a veces juega conmigo a la casita! ¿Cómo ha hecho para estar ahí? ¡Yo quiero ir allí arriba, vestir así de hermoso y cantar!, aunque no entiendo nada de lo que dicen porque la música apaga sus voces.

De pronto, todas dirigen sus manos hacia la casita en donde veo al mismísimo señor San José y a la Virgen María, sentada en un burrito. Entonces aparece un negrito violento, que por las señas,  parece que los echa. Esto me confunde, pues el único negrito que conozco es “Memín Pingüín” y él es absolutamente bueno. Enseguida viene un carro muy elegante con una señorita que saluda muy sonriente, es la Reina de la Navidad.

Y mientras se escucha el crujir de los cacahuates mezclado con el perfume de las naranjas y las mandarinas que come el gentío mientras nos empuja reclamando más espacio, desfilan muchos carros más. Todos despiertan admiración, aplausos y la calle parece una gran fiesta. ¡Quisiera conocer a todos los que están ahí para invitarlos a mi hogar, pletórico de familia y amigos! ¡Quisiera contarles que en el Cerro de las Campanas está la Feria de Querétaro con muchos toros y vaquitas que mis padres califican de “campeones”!, ¡Que un señor “Santa Claus” —en el que no creo— “porque el único que existe es el Niñito Jesús”, ¡se toma fotos con los niños! 

Quisiera, sin saberlo entonces, que esa noche dure para siempre. Habrían de transcurrir años eternos para que mi deseo se volviera realidad. Distintos diciembres llegaron y con ellos las pruebas más duras de las que todavía no salí avante. Sin embargo, estoy convencida de  que el doceavo mes renueva la esperanza de quien lo recibe como antaño. La maravilla de las fiestas decembrinas en Querétaro capital es el renacimiento de la Fe. De la ilusión. De creer que hoy y mañana podemos ser felices. Querétaro en Diciembre hoy más que nunca, me recuerda las palabras que ha tiempo me dijo un grande llamado Facundo Cabral.  Sí. Es verdad. “Aquellos a los que amamos, nunca se van” porque su amor se queda con nosotros, para siempre.

 Con profundo respeto y admiración a la autora, quien fue promotora cultural de Querétaro, abogada y colaboradora en diversos espacios periodísticos.

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