El Rincón de la reflexión
Oliva Solís | 03122025
Cada vez nos llega la Navidad más temprano. Definitivamente los tiempos ya no se miden ni se viven como antes. La lógica del año litúrgico ha cedido su lugar a la lógica del mercado y la economía, así, las fiestas y celebraciones que antes tenían un sentido ritual se han transformado para tener un sentido económico: el día del amor y la amistad se promociona desde enero; el día de la madre desde abril, las fiestas cívicas desde agosto, el pan de muertos se vende desde septiembre, la rosca de reyes nos las vende desde noviembre y, por supuesto, la Navidad nos la publicitan desde octubre.
No deja de sorprender que cada vez que acudes a alguna plaza o centro comercial desde el mes de octubre te ofrecen la felicidad navideña con la venta de árboles, esferas irrompibles de todos tamaños y formas, vajillas para la cena, figuras del nacimiento, coronas de adviento listas para usarse y hasta leños artificiales para calentar el hogar.
Son tantos y tan variados los productos ligados a la navidad que no se puede dejar de sentirse atosigado: renos, galletas de jengibre, hombres de nieve, duendes y santas nos permiten vestir las casas de Navidad, por dentro y por fuera; las luces se multiplican en formas, colores y sonidos, para que el espíritu navideño nos invada; las calles y jardines se adornan con nacimientos y Nochebuenas, esas que morirán llegado el nuevo año pues finalmente las tratamos como desechables, como muchos otros productos en su gran mayoría de manufactura china.
Y ante tal proliferación de adornos y productos, todos ellos en oferta para que compremos más y mejor, llega la pregunta: entre toda esa parafernalia ¿dónde está lo más importante de la Navidad?, ¿dónde está la reflexión sobre el sentido del nacimiento de Jesús?, ¿será acaso que vestimos la casa para no mostrar nuestra desnudez humana? ¿no sería mejor vestir nuestra casa y nuestra comunidad con pensamientos y obras que nos ayuden a ser mejores personas y ciudadanos? ¿cuánto invertimos en decorar la casa y el árbol? ¿cuánto tiempo, dinero y esfuerzo ponemos en iluminar los jardines y poner y quitar lo propio de la temporada?
¿Por qué mejor no invertimos esos esfuerzos en tratar de iluminarnos por dentro?, ¿por qué mejor no nos dedicamos a alimentar nuestro espíritu con palabras y pensamientos que nos nutran? Vivimos en un mundo donde el parecer ha sustituido al ser. Sin pretender ser el Grinch de la Navidad, solo externo mis pensamientos en relación con un momento que tiene un sentido social: el nacimiento de Jesús es el inicio de una historia de salvación que culmina en la semana santa. Si dejamos que el sentido se pierda, todo lo demás será vano.
Oliva Solís Hernández (FCPyS-UAQ)


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