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Los semáforos, ¿se han vuelto una área de trabajo?

¿Trabajo, joven? -Blog

El rincón de la reflexión

06/06/2022

Históricamente, el trabajo ha sido visto de múltiples formas. Para algunos, el trabajo es una pena que fue impuesta a la humanidad por haber violado el principio de lo prohibido. Para otros, el trabajo es una vía para demostrar que han sido elegidos para la salvación. Para otros más, el trabajo, más que un objeto de reflexión religiosa, filosófica o económica, es aquello que hay que hacer cotidianamente para poder sobrevivir, volviéndose el medio a través del cual se consigue el pan y, en el mejor de los casos, algunos otros bienes que hacen más llevadera la existencia material.

Se nos ha enseñado que el trabajo es una condición necesaria para hacernos dignos de tener algo. Ya San Pablo decía que, el que no trabajara, que no comiera. Otros añadían que el trabajo dignifica a la persona y que lo opuesto la degrada. El ocio, dicen, es la madre de todos los vicios. Así pues, buena parte de la educación, tanto formal como no formal, nos impelían y nos formaban para el trabajo. Al tiempo que elogiaban a quienes trabajaban, denigraban a quienes no, por ello, para acabar con los males que se derivaban del no hacer nada, se legisló en contra de los vagos, malentretenidos, haraganes y todos aquellos que no tuvieran oficio ni beneficio.

Al mismo tiempo también se estableció como una de las obligaciones del Estado, el proveer pleno empleo a la población, garantizando de esta forma que puedan tener, a través del salario digno, acceso a una vida plena. Sin embargo, salvo en contadas ocasiones, los Estados-Nación han podido satisfacer este anhelo, casi siempre, a causa de la guerra.

Con todas estas ideas a cuestas, sorprende, indigna, entristece, nos cuestiona, el ver cada día a más personas en los cruceros de las calles de las ciudades haciendo mil y una actividades para ganarse la vida.

¿Trabajo?

Un día le pregunté a una persona que estaba en un crucero esperando a que se pusiera el alto: ¿trabajas? Me respondió que sí. Todos los días, a una determinada hora, va de su casa a la misma esquina. Igual que muchos otros, dispone sus actividades cotidianas acorde a un horario. Cuando llega a la esquina, pacientemente, espera los altos para recorrer en su silla de ruedas unos cuantos metros pidiendo limosna. Ese es su trabajo.

Junto con él, trabajan muchos otros: unos vendiendo limpiabrisas, mangas para los brazos, alegrías a 3 por diez pesos, mazapanes y chiles, pomadas de marihuana y peyote, muñecos de peluche, bubulubus congelados o aguas frescas. También están los que, al ritmo de una música que han instalado en el poste, bailan y hacen piruetas; los que con todo y la familia, blanden sus machetes representando una danza o una lucha; los que con atuendo de bailarín folklórico y al son de la música tradicional, ejecutan una parte de una música mexicana, o aquellos que hacen malabares sobre una escalera o sobre los hombros de alguien más. Ahí, en las calles, todos están representados: mexicanos y migrantes, varones y mujeres de todas las edades, pero todos comparten una cosa: trabajan en la calle y viven de lo que para nosotros es la caridad pero que para ellos es trabajo, lo cual me lleva a pensar: ¿será que es necesario redefinir los conceptos e ideas con los que yo, al igual que muchos otros, hemos aprendido a mirar la realidad?

Oliva Solís Hernández (FCPyS-UAQ)

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